jueves, 26 de abril de 2012

Días de soledad

El cielo estaba manchado de grises, violeta y rojo, rojo sangre. La playa se extendía frente a sus ojos azules, el sol de atardecer caía pesado sobre sus párpados; le nublaba la vista. El mar rugía con furia como reclamando lo que es suyo; le llamaba desde sus entrañas.
Sus huellas húmedas marcando la arena, pronto llegaría la espuma y las borraría, cómo deseaba que lavara así sus recuerdos, que pudiese borrar así el dolor.
Cómo deseaba borrar de sus labios aquellos besos, de su cuerpo las cálidas caricias que ahora desgarraban su piel por dentro. Si pudiese lavar aquella fragancia impregnada de todas las veces que le rodeó con los brazos, esas veces que sentía que quería atraparlo y nunca dejarlo ir.
Si pudiese borrar de su mente todas las promesas que aun esperaba que se cumpliesen, que le ataban a la vida.
Si tan sólo pudiese escapar de todo, correr hacia lo profundo del mar y acabar con todo, romper las promesas, ahogar los días en que quiso pasar toda su vida a su lado, ahogar todas las noches que pensó que el resto de sus noches serían así de cálidas, lavar el vestigio de vida que aun manchaba su cuerpo.
Se dejó caer sobre sus rodillas en la arena y soltó en llanto, sus lágrimas diluían su delineador negro, no tenía el coraje, nunca lo tendría, aun seguía esperando un milagro.
Una fresca lluvia comenzó a caer del cielo ya obscurecido, ella elevó la mirada y soltó un suspiro.